
En lo alto de la Serranía del Perijá, al sur de La Guajira, donde el viento se desliza entre cafetales y lulos, como un canto ancestral, vive Pedro Contreras, conocido con afecto por todos como ‘Peyo’.
En la vereda Las Mesas, ese paraje que rara vez figura en los mapas pero que resplandece con la dignidad de su gente, Pedro ha dedicado más de cuarenta años a cuidar con devoción su pedazo de tierra, ese mismo que ni la violencia logró arrebatarle.
La casa de ‘Peyo’, levantada con tablas, bolsas, polisombra y bloques grises, se yergue en una loma, como un símbolo de resistencia. Allí vive junto a su nieta, su esposa y su hijo, rodeado de flores y suculentas, como si el jardín fuera un reflejo de su alma fértil y llena de esperanza.
En su mirada hay un cansancio profundo, pero también brilla una chispa tenue que refleja su amor por la tierra que ha cultivado toda su vida.

“Aquí no avanza el reloj”, bromean ‘Peyo’ y su amigo Abraham Gaitán, entre risas, recordando que antes ni siquiera contaban con electricidad. Hoy, gracias a una planta eléctrica, pueden ver las noticias y alegrar el alma con música.
Salir del corregimiento Las Mesas es casi una travesía. A pie, el recorrido puede tomar entre cuatro y seis horas por caminos de herradura; en moto, unas dos horas y veinte minutos. Pero el aislamiento no les roba el anhelo de seguir luchando por el derecho a ser dueños de su tierra y por abrir oportunidades para los jóvenes, para que no se vean obligados a abandonar el campo en busca de un futuro lejos de sus raíces.
“Ver partir a los jóvenes es muy doloroso, porque las condiciones del campo ya no les brindan motivos para quedarse. Por eso, es fundamental que quienes tenemos un pedazo de tierra podamos ser legalmente reconocidos como propietarios. Solo así podremos acceder a proyectos productivos que ofrece el Gobierno nacional y a créditos bancarios que nos permitan crecer económicamente y ofrecer oportunidades laborales a esos jóvenes, quienes, al final, serán los herederos de estas tierras”, expresó ‘Peyo’.
Pedro y Abraham, los primeros pobladores de la vereda, aún no poseen el título legal de las tierras que han cultivado, protegido y amado durante más de cuatro décadas. “Queremos morir sabiendo que esta tierra es realmente nuestra, para dejarle algo a nuestros hijos, algo que nadie pueda quitarles”, dice Pedro con voz firme, quebrada por la emoción. No reclaman caridad, solo justicia: el reconocimiento de un derecho que han ganado con esfuerzo, resistencia y con amor.
Después de tantos años de sembrar con las manos y el corazón, Pedro Contreras comenzó a sentir que su lucha no ha sido en vano. La reciente visita del equipo de profesionales de la Agencia Nacional de Tierras a su vereda para realizar microbarridos fue, para él, como un rayo de luz en medio de la neblina que casi siempre cubre la montaña. “Ser dueño, en papel, de lo que ya es mío en el alma”, repite con emoción contenida, mientras recorre los campos donde cultiva café y lulo.

“Por fin, alguien llegó a hablar de lo que tanto hemos anhelado: la seguridad jurídica de nuestra tierra, ese suelo que hemos defendido y que soñamos dejarle con certeza a nuestras familias”, concluye Pedro, al sentir que este es el comienzo de una nueva etapa en su vida.
Ya no se trata solo de sembrar para vivir, sino de vivir con dignidad y la tranquilidad de saber que su esfuerzo contará con el respaldo de la Ley. Ahora, Pedro camina con paso firme, con la esperanza arando su espíritu como si fuera un surco fértil donde, algún día muy cercano, florecerá la justicia.
Las Mesas no es solo una vereda, es un poema de resistencia y una semilla de esperanza sembrada en tierra fértil de lucha. Mientras Pedro continúe cultivando café y lulo, el sol siga abrazando sus montañas, Abraham camine entre surcos y memorias, y la comunidad permanezca unida, siempre habrá razones para creer en un mañana que florece.
Con los títulos de propiedad en las manos de Pedro Contreras y la comunidad, se concretaría un acto de justicia social que dignifica la labor del campesinado, al sur de la Guajira.