Cachenche da sus frutos: donde la lucha campesina se convirtió en cosecha

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En la finca Cachenche, frente a la zona industrial de Mamonal en Cartagena, el bullicio urbano se disuelve: huele a café en fogón de leña, los perros caminan entre gallinas y cerdos y el campo impone su calma.

Pasando el kiosko comunal, se visualiza un amplio terreno donde varios campesinos y campesinas terminan las labores de cultivo del día: algunos rompen la tierra tras dar unos golpes secos con el azadón, mientras que a pocos metros se escucha el machete cortando el monte. 

Una de esas campesinas es Luzneidis Padilla, quien desde que empieza a relatar su historia transmite una alegría contagiosa. Ella hace parte de las más de 100 familias de la Asociación Montes de Dios que, tras años de trabajo y espera, recibieron en julio pasado el título de propiedad de las 176 hectáreas de la finca Cachenche. 

La entrega, realizada por Juan Felipe Harman, director de la Agencia Nacional de Tierras, significó para la comunidad mucho más que un documento: es la certeza de que la tierra donde están sembrado su futuro ahora les pertenece legalmente.

 

 

Su felicidad recoge la satisfacción de haber librado en el pasado una dura batalla contra el Estado colombiano y contra grupos armados que, con intimidaciones, amenazas e incluso incursiones violentas, intentaron desalojarlos. Querían impedir que este predio se poblara de campesinos y que su tierra se destinara a la producción agrícola. Pero la comunidad no cedió, defendió cada parcela con la convicción de que el campo debía ser para quienes lo trabajan.

Mientras señala los árboles de mango, guayaba y torombolo, junto a las matas de ñame, yuca y plátano que crecen alrededor, esta mujer de 49 años relata cómo ha dedicado más de quince años a perseguir un mismo sueño: tener un pedacito de tierra en Cachenche donde sembrar, cosechar y echar raíces.

 

“Nosotros llegamos aquí hace 19 años, pero no nos sentíamos seguros. Vivíamos escondidos porque siempre nos querían sacar, nos traían antimotines”, relata Luzneidis, con la memoria marcada por escenas difíciles. Recuerda que la peor época fue durante el Gobierno de Iván Duque, cuando el entonces director de la Sociedad de Activos Especiales (SAE) ordenaba operativos con la fuerza pública para desalojarlos de Cachenche.

 

Luego de haber padecido la dureza del conflicto armado, Luzneidis nunca imaginó que tendría que enfrentar nuevamente, junto con las familias de la Asociación Montes de Dios, la persecución, el hostigamiento y la zozobra de no poder quedarse en esta tierra que, hasta entonces, solo sabían que llevaba años abandonada. 

Décadas atrás, esta finca había pertenecido al cartel de Medellín y más tarde pasó a manos de la Sociedad de Activos Especiales (SAE), la entidad encargada de administrar los bienes incautados a narcotraficantes y criminales. Para ella, durante gobiernos anteriores, esos predios fueron usados para favorecer a amigos y familiares de políticos. 

Hoy, bajo el Gobierno de Gustavo Petro, la Sociedad de Activos Especiales (SAE) fue transformada para ponerse al servicio del campesinado. De la mano de la Agencia Nacional de Tierras, se convirtió en una especie de inmobiliaria pública que ha dado un nuevo rumbo a predios antes asociados a la ilegalidad: vender las mejores fincas a la ANT, que luego las entrega a familias campesinas como parte del impulso a la Reforma Agraria.

 

En Cachenche se siembra paz

Pero Luzneidis no se queda anclada en el pasado. Con su sonrisa contagiosa y su mirada alegre, muestra con orgullo lo que hoy han sembrado y recogido. “Por acá tenemos una cosechota de mango y guayaba. Hay popocho, plátano… miren cómo está el popocho en gajo. Por aquí tenemos yuca y ñame”, dice mientras señala con las manos los cultivos que rodean la finca.

 

“Yo me levanto a las 4 de la mañana y empezamos limpiando, cortando el gajo de plátano, el popocho, y recogiendo la yuca. Ahí lo sacamos afuera. Con eso me mantengo, le digo. Todo esto que recojo aquí me lo llevo afuera. Por ahí tengo unos puerquitos, cerditos y gallinitas”, remarca la líder campesina. 

 

Agregó desde su finca: “Incluso mi negocio es allá afuera, en la entrada. Así me mantengo. Con lo que saco de aquí vendo mis comiditas, mis cosas. Ahorita en junio recogimos buen mango y lo vendimos todo”, señalando uno a uno los productos que siembra, recogen y comercializa para el sustento de su familia.

 

 

Luzneidis Padilla se llena de orgullo al afirmar: “¡Esta tierra sí es mía!”. No solo porque ahora cuenta con un pedazo de tierra propio, sino porque en ella ejerce con dignidad su rol de mujer campesina. 

 

“Nosotras las campesinas no le tenemos miedo al barro, al sol, a nada. Con lo que sembramos también alimentamos a nuestras familias”, recalca, mientras sus palabras parecen entrelazarse con la fuerza de la tierra que la sostiene.

 

Cachenche no es solo una finca titulada; es un símbolo de reparación y justicia histórica, de la tierra que vuelve a manos campesinas después de años de abandono y disputa. La decisión de poner la Reforma Agraria en el centro de este gobierno ha permitido que las 176 hectáreas de Cachenche se sumen a las casi 700 mil hectáreas entregadas en todo el país, donde miles de familias campesinas hoy pueden soñar con un futuro sembrado de dignidad y arraigo.

 

“Aquí vivo feliz porque trabajo en lo que me gusta y tengo cómo sostener a mi hijo, que no puede caminar por un accidente en moto, y a mis dos nietos. Cachenche ha sido una bendición de Dios. Gracias, presidente Petro, por devolvernos la dignidad y el derecho a ser propietarias de estas tierras”, afirma Luzneidis, con la certeza de quien convirtió la lucha en herencia y la esperanza en cosecha.

 

¡Con dignidad cumplimos!

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