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John Jairo Cantillo, heredero de la tradición agraria en los campos del Magdalena

Historia Heredero Remolino-Santa marta-Ricardo Báez2
FOTOS AGENCIA NACIONAL DE TIERRAS- RICARDO BÁEZ

 

La de John Jairo es una de las familias que recibieron el pasado 1 de junio el predio La Esperanza, comprado en Remolino – Magdalena por la Agencia Nacional de Tierras y entregado a 37 familias campesinas en ese municipio. Esta es su historia:

Remolino, Magdalena. 24 de junio de 2024. @AgenciaTierras.

 

La imagen de un niño sentado en el anca del burro de su abuelo Manuel yendo a los cultivos de yuca, maíz, tomate y guayaba que tenían en la orilla del río es el recuerdo más nítido que guarda de su niñez John Jairo Cantillo Cantillo, un heredero del oficio de agricultor que ejercieron las generaciones anteriores de su familia, siempre en tierras ajenas, porque no tenían algo propio.

 

Esta evocación de su abuelo lo llena de nostalgia porque piensa en lo feliz que se hubiera puesto de haber recibido una noticia como la que hoy le trae el Gobierno del Cambio: que los días de cultivar en playones o en tierras prestadas se acabaron porque ahora son propietarios de tierras altas, donde ya el río no les inundará el maíz y la yuca, donde podrán sembrar y cosechar lo sembrado.

 

“¡Uy, Dios mío, ¡qué bendición! Señor, Gracias señor presidente. Que Dios lo siga iluminando por ese corazón tan grande y ese proyecto tan grande que tiene hacia los campesinos. Es una emoción que no tiene uno como expresarla”, reacciona.

 

Se quita por un momento la gorra y se pasa una mano por la cabeza, con un brillo evidente en la mirada y la voz quebrada por la emoción, intentando digerir la magnitud de la noticia: la suya, junto con otras 36 familias de los municipios de Salamina y Remolino en Magdalena son propietarias del predio La Esperanza que cuenta con 598 hectáreas aptas para cultivo de alimentos; un predio comprado por la Agencia Nacional de Tierras, a precio comercial, para hacer realidad la Reforma Agraria en el país.

 

Lamenta que su padre, de nombre Manuel como su abuelo, no pueda acompañarlo al evento de entrega porque se pondría feliz ya que pese a estar muy enfermo, no había perdido la fe, aún después de quince años esperando que llegara un Gobierno que entendiera a los campesinos y les reestableciera sus derechos, tal como acaba de hacerlo el gobierno Gustavo Petro.

 

“Mi más grande anhelo es tener algo que sea propio, que mi papá tanto lo anhela y ese ha sido su sueño toda la vida. Él ha trabajado por nosotros en el campo, nos inculcó el campo a todos y, bueno, una bendición de Dios que nos hereden algo que él deje, que sea su legado por el que él soñó”, dice.

Una utopía de tres años

 

John Jairo hace parte de la Asociación Nacional de Desplazados de Guáimaro, integrada por 27 familias que en la década del dos mil vivieron una ilusión de tres años, en la que subieron al cielo cuando el Incoder (Instituto Colombiano de Desarrollo Rural) les adjudicó el predio ‘Villa Denis’, de 405 hectáreas, en Salamina – Magdalena (Resolución 0091 de marzo 30 de 2006) y bajaron la infierno en diciembre de 2009, cuando el Consejo de Estado (expediente No. 47001-23-31.000.2009-00170-01) dejó sin efectos dicha resolución, ordenando que las familias reiniciaran el proceso de solicitud de tierras.

 

La llegada de los nuevos propietarios al predio, en 2006, había desencadenado inconformidades de quienes reclamaban que no debían ser ellos los beneficiarios sino otras familias desplazadas de es ese municipio, que un día terminaron tomando las vías de hecho e invadieron Villa Denis, donde ya estaban las 27 familias de Guáimaro. Hubo violencia y muerte y el caso escaló a autoridades administrativas y judiciales, de modo que de propietarios pasaron a la condición de desalojados, a comenzar la odisea de reclamar sin que nadie los atendiera, a sembrar otra vez en los playones y a disputarle al río sus cosechas.

 

Estar de nuevo en una realidad sin tierra afectó de todas las formas a estas familias, pues muchos adultos mayores, como don Manuel, enfermaron, mientras los más jóvenes se llenaron de impotencia y rabia. “Llegamos a un punto en pensar en, no sé, en coger las cosas a la violencia, pero, bueno, arriba hay un Dios que nos iluminó y nos aguantó”, relata John Jairo.

 

Para mi papá ha sido duro. Se ha afectado psicológicamente bastante y a nosotros nos ha tocado de como hijos no dejarlo de fallecer y estar ahí con él, ayudándolo económica y emocionalmente, y cada vez que hay la oportunidad nos lo llevamos para el campo, porque a mí me gusta el campo y soy necio y no me quedo quieto; si me toca arrendar dos hectáreas, cinco hectáreas, yo las arriendo y ahí cojo un animalito, siembro palito de yuca y así. Entonces me lo llevo y ahí hemos estado, pero no ha sido fácil la vida”.

 

El desalojo les sobrevino cuando muchos estaban a punto de recoger cosechas, algunos habían hecho préstamos bancarios que aún deben, otros habían comprado animales y quedaron con ellos a la deriva con la esperanza en una mejor vida como su único patrimonio. Esa es la historia que hoy queda atrás, gracias a la intervención del Gobierno del Cambio, a través de la Agencia Nacional de Tierras.

 

 

Un capítulo nuevo

 

John Jairo es un campesino orgulloso de serlo, de haber nacido “en un corral” porque sus padres vivían de finca en finca, trabajando de sol a sol para que a sus cinco hijos no les faltara nada, dotándolos de todos los conocimientos relacionados con el campo, en medio de una realidad de carencias y luchas que no les permitía consolidar un proyecto productivo porque les tocaba pedir tierra prestada o arrendada, de modo que la trabajaban un tiempo y debían devolverla a sus dueños, muchas veces sin alcanzar a cosechar lo que sembraban.

 

Es una historia en la que hoy comienza a escribirse un nuevo capítulo: el de los propietarios de las tierras que le entrega el Gobierno del Cambio. “Yo con un pedacito de tierra yo soy feliz, en un ranchito, una vaquita, unos palitos de yuca, de plátano, la gallinita criolla, el chivito, el cerdo, un pocito de piscicultura. Eso me enseñaron mis abuelos y mis padres: cómo aprender a ordeñar, cómo enredar un ternero, cómo amarrar un caballo, un burro; cómo tirar una cerca, cómo enterrar un poste, cómo enterrar una madrina, cómo sembrar un palo de yuca”.

 

Las ventajas que tienen los ahora propietarios de La Esperanza, dice Cantillo, es que les gusta el campo y conocen todos los procesos de preparación de la tierra, del tiempo, de siembra, de ganadería, piscicultura porque se trata de conocimientos legados por sus mayores. En este punto de la conversación, insta a los padres a enseñar a sus hijos el oficio de la agricultura.

 

Yo le doy gracias a Dios de que mis padres me enseñaron eso. Hoy dicen que no, que no lo voy a llevar al monte porque el monte es para los pájaros. No señor. Y eso ha ocasionado que la juventud le pierde el amor al campo. Yo tengo una hija que crie y yo la llevo al campo y cada vez que viene de la ciudad y viene conmigo pal campo; ella misma dice: papi, yo me voy contigo, vamos”.