
La historia de Martha Ortiz en El Agrado, Huila, es la de millones de campesinas y campesinos hoy en Colombia. Tener un título es mucho más que tener un documento. Significa poder acceder a créditos, invertir, planear, vivir sin miedo a ser desalojados. Significa tranquilidad, seguridad y futuro.
“La legalidad en Colombia es tener un papel”, dice Martha. Y en ese papel se escribe una nueva historia para el campo colombiano.
Neiva, Huila. 4 de junio de 2025. @AgenciaTierras.
Los caminos polvorientos del municipio de El Agrado, en el Huila, guardan una historia de lucha, de trabajo incansable y, por fin, de justicia. Martha Isabel Ortiz, con voz firme y mirada brillante, nos cuenta un relato que es también el de cientos de familias campesinas en Colombia: el de quienes han hecho del campo su vida, y de la tierra su orgullo.
Todo comenzó hace casi cuatro décadas, cuando su padre, Álvaro Ortiz —un campesino luchador, con el sueño claro de tener un pedazo de tierra propio— llegó junto a otras familias a una finca que antes pertenecía a un terrateniente de la región. Corría el año de 1987. Gracias al antiguo INCORA, ese predio fue adquirido para entregarlo a campesinos sin tierra, para que pudieran sembrar raíces y construir comunidad.
"Hace 38 años llegamos a esta zona y formamos comunidad", recuerda Martha, con una mezcla de nostalgia y orgullo. En ese rincón del Huila confluyeron familias de Campoalegre, Gigante, Garzón, La Argentina, Tarqui y El Agrado. La tierra, fértil para el cultivo, también lo fue para los sueños. La comunidad campesina floreció, unida por el trabajo, el esfuerzo y el deseo de salir adelante.
Desde pequeños, Martha y sus hermanos aprendieron que la tierra es para producir, cuidar, sostener la vida. Su padre, en dos o tres hectáreas, cultivó ahuyama y sandía para la venta. También se dedicó a la producción de leche. Y para alimentar a su familia, sembró cacao, plátano, yuca y caña de azúcar. Así, la tierra les dio no solo el sustento, sino también dignidad.
“Ser campesina es el orgullo más grande que me ha dado Dios, la vida y mi viejo, mi papá. Sin el campesinado este mundo no existiría”, dice Martha. Y no es una frase suelta: es una verdad profunda. Son los campesinos quienes garantizan la alimentación de pueblos y ciudades. Su trabajo es esencial, aunque muchas veces invisibilizado o poco valorado.
Por eso mientras sembraban, criaban hijos y forjaban comunidad, también convivían con una herida silenciosa: la falta de un título que los reconociera como verdaderos dueños de la tierra. “Nos sentíamos como invasores, dueños de algo que no lo es”, recuerda Martha. Esa incertidumbre pesó durante años sobre sus vidas.
Pero ese anhelo, postergado por décadas, hoy empieza a hacerse realidad. Gracias al impulso de la Reforma Agraria, liderada por el Gobierno del Cambio del presidente Gustavo Petro, y al trabajo decidido de la Agencia Nacional de Tierras, cientos de campesinas y campesinos están recibiendo lo que les corresponde: el derecho a la propiedad.
“Mi papá murió sin ver ese sueño cumplido, pero hoy sus hijos y nietos lo estamos haciendo realidad”, confiesa Martha. Las lágrimas que acompañan sus palabras no son de tristeza, sino de justicia. Ese título que hoy recibe en sus manos no es solo un papel: es la confirmación de que su trabajo, su historia y su lucha tienen valor.
Tener un título es mucho más que tener un documento. Significa poder acceder a créditos, invertir, planear, vivir sin miedo a ser desalojados. Significa tranquilidad, seguridad y futuro. “La legalidad en Colombia es tener un papel”, dice Martha. Y en ese papel se escribe una nueva historia para el campo colombiano.
Mientras habla, su testimonio se convierte en un llamado al campesinado del país: “Es posible, es gratis. Hay que atreverse a soñar y gestionar.” Con sus palabras, convoca a las trabajadoras y trabajadores del campo a reclamar lo que es suyo, a confiar en que los sueños del campesinado sí pueden cumplirse.
Hoy, el sueño sembrado por Álvaro Ortiz comienza a florecer en las manos de su hija y de toda una generación que aprendió a amar la tierra desde el trabajo. Y el Huila, tierra de promisión, café, arroz, plátano y esperanza, escribe una nueva página en la historia rural del país.
Una página firmada con orgullo, sudor y legalidad. Una página que, por fin, tiene título y tiene protagonistas: Martha, y cientos de campesinas y campesinos del Huila y de toda Colombia, que hoy comienzan a escribir su propia historia sobre la tierra que por fin les pertenece.
Esta no es la última página, es apenas el comienzo. Porque con el Gobierno del Cambio, sembrar futuro, cosechar justicia y hacer realidad los sueños del campo, ahora es posible.